La chica del ministerio gris azulado
La chica del
ministerio gris azulado me chasquea los dedos y me absorbe. Tiene un ojo
pintado de verde botella y el otro de verde alga. Podría levantar una isla sobre
esos ojos. Podría beber esos ojos. Pero de agua ya estoy hasta los tobillos y
entonces bajo la cabeza. Ella sonríe. Yo no veo su sonrisa pero veo el reflejo
de su sonrisa en el agua. Y siento miedo, son
demasiadas dimensiones.
Pero en seguida la
chica comienza a hablar y de la laxitud que se despereza entre sus labios
aparece su lengua: roja como un atardecer de fuego, palpitante como una
frutilla recién cosechada. Y pienso que podría dormir sobre esa lengua.
Pienso que esa lengua podría rescatarme de un tsunami. O mejor aun, pienso que
podría incinerarme atado a esa lengua como una bruja quemada en la hoguera. Y
vuelvo a ver en el reflejo del agua donde ella sonríe. Y vuelvo a ver sus
ojos.
Pero esta vez no tengo miedo sino hambre: levanto la cabeza, me abalanzo sobre ella y muerdo su boca. Sus ojos se abren grandes, y el río caudaloso de su mirada se vierte sobre mi mirada. Entonces, ahogado en las profundidades de una pena muy honda, ya no tengo hambre y vuelvo a sentir miedo de todas sus dimensiones.
Pero esta vez no tengo miedo sino hambre: levanto la cabeza, me abalanzo sobre ella y muerdo su boca. Sus ojos se abren grandes, y el río caudaloso de su mirada se vierte sobre mi mirada. Entonces, ahogado en las profundidades de una pena muy honda, ya no tengo hambre y vuelvo a sentir miedo de todas sus dimensiones.
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