El Perro
En esta hora celebratoria querría hacer una declaración: he decidido ser un perro. Y lo he logrado. Soy un perro.
Uno que hunde el hocico en lo profundo de la tierra y olfatea con deleite un aroma frugal. Uno que observa con atención primitiva el vuelo rapaz de una calandria. Uno que se tiende patas para arriba y uno que le aúlla al cielo. Uno que se refriega en la cacona de otro y comienza a dar vueltas sobre sí. Uno que ladra todo el día y de pronto se detiene para lamerse las bolas.
Uno que se confunde con la idiotez del bípedo. Y sin embargo se acerca a él, le lame los pies, mira con ojos ingenuos la belleza de su alma y, a pesar del piñón con que lo recompensan, es feliz.
Porque sí. Porque soy un perro.
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